Los resultados económicos de la Empresa Nacional de Minería (ENAMI) revelan cómo la gestión estatal puede sostener a miles de pequeños productores y convertir su producción en divisas para el país.
La pequeña minería chilena, aunque representa apenas el 1 % de la producción nacional de cobre, tiene un impacto económico significativo: sus exportaciones alcanzan los US$ 640 millones anuales. Esta cifra la ubica por encima de sectores tradicionales como la harina de pescado o la uva de mesa, y cerca del 50 % de lo que genera la industria del vino, según explicó Iván Mlynarz, vicepresidente ejecutivo de la Empresa Nacional de Minería (ENAMI).

¿Cómo logra un segmento tan pequeño sostener un flujo exportador de esa magnitud?
Mlynarz explicó que detrás de esos números existe un modelo de gestión público-privado que integra la producción de pequeños mineros con la infraestructura estatal de procesamiento y venta. A través de plantas propias y contratos de maquila, ENAMI transforma los minerales de cobre, oro y plata en productos comercializables en el mercado internacional.
El ejecutivo precisó que la entidad maneja un presupuesto anual de US$ 1.200 millones, de los cuales US$ 1.150 millones (98 %) se destinan exclusivamente a la compra, procesamiento y comercialización de minerales. “Solo en este circuito —comprar, procesar y vender— se movilizan más de mil millones de dólares cada año”, indicó.
Una red de más de mil productores formales
El sistema beneficia actualmente a más de 1.000 pequeños mineros, quienes comercializan su producción a través de ENAMI. En años de auge del precio del cobre, esa cifra llegó a 3.000 productores, reflejando la flexibilidad del modelo frente a los ciclos de mercado.
Sin embargo, solo el 30 % de los productores es titular de su concesión minera, mientras que el 70 % opera bajo arriendo, lo que limita su acceso al crédito. Pese a ello, el esquema estatal ha mantenido una base exportadora estable y un proceso continuo de formalización.

